Nº 20 | Poesía | Terror | 79 versos | Caro Benítez | Chile


1 Lo llamaron por su nombre.

Lo nombraron en voz baja por su pequeño caudal.

El puño del bosque se abrió y soltó flores condenadas a las estaciones.

Nosotras callamos una vez,

una vez maúllas:

¿Dónde se escribirá mi lenguaje?

¿En cada roca que desaparece? ¿En cada sorbo de bosque

consumida en hemisferio sur?

Heme aquí, tachada, tomada de la mano

con este río, con este cuerpo de agua.


2 El Bíobío es la ceguera enterrada en sus entrañas.

Visto desde arriba es un pasillo, un canal de fármacos,

una desembocadura arterial.

Ajusta su jockey,

No mires —dice—, es el rostro del puma.

Nuestros destinos se han astillado por senderos defraudados,

por montañas muertas,

por la brisa cansada de frescura,

por catedrales quemadas.

Puchos y restos de café

se disuelven en ladridos de hombres asfixiados.

El temor les arrastra en la frente

como niebla enloquecida.  

—Cierra los ojos. Es el rostro oscuro del poema.


3 Fijación de tus ojos a lo que se extingue.

Fijación de mis ojos a lo que sobrevive.

Nos refugiamos a esperar el menguante.

Nos refugiamos

en el parpadeo de los peces.

Las palabras resguardan palabras

y las burbujas a punto de estallar,

estallan más hondo que el sol.

Ese sol incrustado en el talón de una diosa

que espera la eclosión en el verso,

que muda al mundo en una piel anestesiada,

susurra al oído del rostro deforme del cielo.

El desastre fabricado por pezuñas humanas.


4 El sonido del agua cruzó tus escamas.

Habló primero su gélida textura, es decir,

la piel habló primero: Temperamentos de nieve azul,

cascadas y nubes en tu mano

rozan lo indecible. La poesía también.

Mientras todo se quema,

y mientras el aromo derrama un poco de sombra

sobre nosotras,

aceptamos el abrazo de lo que está indefenso

y sus ojos abriéndose sobre nuestros privados temblores.

Palpar el silencio, asirlo con masticadas palabras, y

ves en tus dedos sílabas arrinconadas por el fuego:

Tocas la mano del río y el río habla en lenguas salvajes.

Tocas la lengua de mi río y espantan del agua templos de su carne helada.


5 Como un mal sueño,

quisiste enterrar a tu perro bajo la piel muerta y colorada, el polvo

enlodó las costuras, esas pestañas tiesas.

Quisiste armar cartografías de ese cuerpo en las sequías,

la soberbia humedad de los vellos y la suavidad

de los recuerdos infantiles en el barrio de los 90.

No estamos tan separadas

como pensamos de lo que se planta en la tierra:

Una farmacia, un banco, un abismo en quiebra y el viento

ha llegado a ser lo que fue, un huracanado sal de calor

descomponiendo vértebras y húmeros.

No estamos tan separadas

como pensamos del desierto, si el desierto es lo que quedará.

Si el montículo de luz sobre estos cráneos se desvanece

y tu casa se hunde año a año

como un mal sueño.

Yo había llegado a la nada,

y la nada era viva y húmeda

Clarice Lispector[6]


[6] Niña

Cadáver

niña

otra

vez

abrir y cerrar

en la unión del tiempo

ese espacio sin paredes

ni muros

inmovilidad de los ríos

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