Nº 41 | Narrativa | Terror | 3008 palabras | Camila Fuentes | Chile

“Los hombres tienen miedo de que las mujeres se rían de ellos.
Las mujeres tienen miedo de que los hombres las maten.”
Margaret Atwood

Suele decirse que la historia la escriben los vencedores. Sin embargo, me urge preguntar: si quienes debían triunfar a base de fuerza pura y bruta están muertos, de espanto los sobrevivientes, así como también de forma literal el resto, ¿quién va a relatar entonces el extraordinario caso de las mujeres-culebra?
Presta atención, lector o viajero, que no siempre los que ganan son hombres ni tienen el coraje natural que a las almas femeninas nos sobra.

*

En los alrededores del Valle Central del país con forma de serpiente, las mujeres encontraron el lugar apropiado para asentarse por un tiempo. El viaje había sido más duro de lo que habían imaginado, pero estaban seguras de que valdría la pena haber dejado en la ciudad todo aquello que ya no querían seguir siendo: esposas infelices y engañadas algunas, madres solteras o libertinas, según el juicio social, otras.
Hacia mediados del siglo pasado, muchas cosas estaban sucediendo a nivel local e internacional. Vivir exigía sacrificios degradantes a causa de la inflación descontrolada de aquellos años; años que avanzaron nebulosos hasta la década siguiente, tiempo idóneo que sembró la semilla de la disidencia en un grupo de mujeres que intuía un futuro aún más violento, y no se equivocaban.
Así, mientras las problemáticas de la migración campo-ciudad iban en un alza descontrolada, ellas decidieron actuar de forma inversa y, camufladas en el naciente caos de los movimientos sindicalistas y estudiantiles, se reunieron para iniciar una valiente travesía con dirección al sur que, sabían, no tendría vuelta atrás.
Cargaron con el peso de carpas, sacos de dormir, útiles varios para la supervivencia como vestimenta y alimento; pero, sobre todo, con el peso del miedo a ser descubiertas.
Las primeras noches durmieron por turnos en las faldas de un cerro guardián. Cada una repasaba incansable en su memoria el camino recorrido en busca de cualquier error o pista que pudiesen haber dejado, cualquier descuido que permitiera rastrearlas. Pero los días siguientes pasaron tranquilos y el temor amainó. Fue así como aquel lugar que, en principio, era de paso, terminó por convertirse en su nuevo hogar. Para que este funcionara, dispusieron de roles y dinámicas de convivencia. Algunas se enfocaron en la agricultura, otras en la cacería y otras en las clásicas labores domésticas. Varias se habían instruido en conocimientos básicos de medicina, sobre todo al considerar que con ellas viajaba una joven embarazada.
El tiempo que les tomó organizarse de forma definitiva había valido cualquier sacrificio o dolor pasado. Habían inventado un mundo nuevo. Una comunidad femenina de distintas edades e historias que coexistían en armonía con lo que el valle les había regalado: abundancia de recursos naturales, un clima cálido que les permitía desenvolverse sin pudores, arreboles fascinantes y un delicado beso cada noche al contemplar la vastedad y encanto del cielo nocturno, que acompañaba sus fogatas, rondas o imprevistos. Fue, de hecho, bajo el fulgor de una luna llena que la joven viajera dio a luz a una niña sin contratiempos, llenando de alegría y esperanza a cada una de sus compañeras.
¿Cómo habían podido tener tanta suerte? Es la legítima pregunta que cualquiera podría estar haciéndose.
Antes de partir, la más experimentada en diversos aspectos de la vida contó la historia que acabó por disipar cualquier duda o indicio de culpabilidad que pudiera estar aquejando en secreto a alguna. Les explicó que, a lo largo de la historia, muchas mujeres —tanto en solitario como en agrupaciones religiosas— habían sentido el llamado de vivir al margen de la civilización. Pero fue enfática y prolija al relatar la historia de la primera rebelde: Lilith. Y al mencionar su nombre, un viento afable meció el ramaje de los árboles a través del ventanal, como si ellos también escucharan.
La primera mujer de Adán, creada en igualdad de condiciones que su par masculino, desistió de ser considerada inferior y lo abandonó a él y al paraíso que había sido designado para ellos. A causa de esto, Lilith fue borrada de la historia original, siendo culpada y demonizada hasta el cansancio a través de los siglos, pero sobrevivió en el mito. Y en un mundo donde se castiga a las mujeres que toman decisiones por sí mismas, ella se manifiesta si es invocada de la manera correcta. Fue de esta forma que las mujeres accedieron a la propuesta de la narradora con fama de hechicera, que además aseguraba haber recibido ayuda de Lilith con anterioridad. Entonces clamaron su nombre y pactaron con la que desde ese momento reconocieron como a su madre y guía. Estaban seguras de que la divinidad era, sin lugar a duda, algo más similar a lo que ellas mismas eran, de naturaleza femenina: maternal.

*

Los tiempos felices se extendieron durante varios años, los suficientes para sentirse tan cómodas que olvidaron lo que era vivir a la defensiva. No recibían noticia alguna de lo que acontecía en la capital y, en realidad, no lo necesitaban. Sentían que habían tomado la decisión correcta cada vez que cosechaban un fruto nuevo de la sementera o de los árboles circundantes, que hacían, a su vez, junto a las grandes matas de nalcas, una suerte de cortina silvestre que protegía aquella tierra secreta que, hasta ese momento, creían tan solo suya.
Fue en medio de esta especie de tranquilidad imperturbable que ocurrió lo inesperado. Las cazadoras, que más bien se dedicaban a recolectar alimentos, trayendo de vez en cuando alguna liebre o plantas comestibles, cruzaron el límite que habían establecido entre todas para mantener a la comunidad libre de peligro; y entonces las encontraron.
Si no supiera el resto de la historia diría que fue una triste casualidad, pero ahora soy capaz de afirmar que existía un trasfondo superior para aquel desdichado encuentro, aunque en ese momento haya sido para todas catastrófico, con justa razón. Ya fuese debido al espíritu investigativo de aquellas mujeres o a una curiosidad que les susurró demasiado alto, era así como tenía que pasar, por más extraño que parezca.

*

Aquel grupo de militares, lo peor de la escoria humana dado el contexto de lo que hacían, pasaba por la zona cuando vieron a las recolectoras y decidieron seguirlas. Ellas, sin darse cuenta, los guiaron hasta el nido. El resto fue violencia y maldad desenfrenadas. Algunas trataron de huir y de advertir a las demás; todo pasó muy rápido y en cuestión de segundos vinieron más: amenazantes, armados. Algo contra lo que no iban a poder luchar de manera física. Aquella guerra solo la podrían librar con lo único que no podían quitarles: su intelecto.
Encontrar el asentamiento debió ser glorioso para ellos, que venían vagando sin rumbo fijo, como demonios hambrientos dispuestos a saciarse de lo que fuera que se cruzara en su camino, más aún si se trataba de mujeres. Como si les hubieran servido la mesa con un sabroso festín. Como si se lo merecieran.
Mataron a las más ancianas y sometieron a las más jóvenes a distintas perversiones sexuales que dieron como resultado múltiples embarazos que, en algunos casos, concluyeron en suicidios.
Habían destruido la impecable organización de la comunidad femenina apropiándose de todo. Quemaron sus carpas y colchones, talaron sus árboles para obtener madera, se alimentaron de los pocos animales que poseían y de los frutos de sus cultivos. Mancharon las claras aguas del río con sus cuerpos obscenos.
Perturbaron la armonía de la existencia y el caudal rugía, las aves chillaban. El cielo tronaba de angustia. Ellas lo mismo, y sin poder, hasta ese momento, evitarlo.
Los soldados habían reorganizado el mundo creado por ellas para transformarlo en uno de orden patriarcal. Construyeron casas y tomaron el liderazgo de todo. Asentados allí, pues ya no tenían motivos para volver, las tomaron como suyas y, luego de satisfacer sus repugnantes prácticas sexuales con todas y cada una de las sobrevivientes —excepto con la muchacha que habían logrado esconder en el lecho del río—, decidieron establecer una suerte de monogamia, algo que en realidad era un juego para ellos. Podían divertirse explorando los límites de su propia perversidad y, al mismo tiempo, esconderse de algo que parecía estar sucediendo en Santiago. Algo que, por lo visto, no les convenía enfrentar. El afecto no estaba incluido en la dinámica que habían instalado, por supuesto.
Ellas intentaban asimilar la situación y encontrar una manera de combatir, ya que todo por lo que habían luchado se desmoronaba, siendo sepultado por el tiránico actuar de los desconocidos. Pero si en ellos no había ni una pizca de piedad, ellas tampoco la tendrían. Esto se tradujo en la determinación de no ser madres de su descendencia. Era sangre manchada, genética corrompida que se convertiría en la misma basura tarde o temprano, antivalores que no aportaban nada bueno al mundo.
Entonces, como creadoras de vida, también asumieron ser lo contrario. Y entre la parturienta y la partera ahorcaban al recién nacido con el propio cordón umbilical antes de que pudiera siquiera lanzar el primer alarido. Le pedían perdón a la vida y gemían desconsoladas por tener que ejecutar tal brutalidad. Pero era la única forma de poner un límite que no las transgrediera aún más.
Ellos habían empezado a creer que estaban malditas, que se escondían del mundo por ser un grupo de mujeres infértiles, ignorando que fertilidad y bravura era lo que corría por sus venas.
Más de una década había transcurrido desde el principio de la travesía, cuando uno de los más desalmados descubrió a la criatura que se escondía bajo la zarzamora, a un lado del río; el joven tesoro del grupo, que ya no era una recién nacida, sino una angelical y hermosa adolescente. Sin compasión la violó mientras su madre lloraba de impotencia con un revólver apuntando a su cara. El río y las aves lloraron con ellas, y el cielo protestó con un espeluznante trueno que hizo derribar grandes roqueríos desde la montaña, lo que detuvo la profanación.
Ahora sí la situación era insostenible, insostenible a tal punto que las mujeres suplicaron desesperadas su libertad de vuelta.

*

Tras una extenuante jornada de cacería y otras bajezas, los captores cayeron rendidos en un sueño profundo, lo que permitió a las mujeres reunirse en el transcurso de la noche e idear un plan de escape.
Llamaron el nombre de su madre Lilith, quien fuera, a esas alturas, la única que les podría brindar ayuda.
En una especie de trance murmuraron repetidas veces su nombre, hasta que de una forma no material se hizo presente ante ellas como serpiente. Lilith les habló sin pronunciar palabras, mediante un lenguaje que solo pudo ser entendido entre ellas, recordándoles el motivo por el que habían huido en primer lugar. ¿Por qué lo habían olvidado? ¿Por qué habían aceptado vivir de nuevo bajo el yugo del que habían escapado? La dominación y violencia masculinas habían sido más fuertes que ellas, lo entendía, pero no sería para siempre. Lilith, madre y guía, lo sabía desde el principio, y se los hizo saber también en ese momento. Los hombres malos representaban una prueba que ellas habían superado, así que, llegado el momento oportuno, aquel mundo jerárquico e injusto en que eran concebidas como seres inferiores sería doblegado. Era el principio y el fin de esta historia que, quizá, trascendería a través del tiempo hasta convertirse en leyenda.
Tanto mujeres como serpientes siempre han sido mal vistas; oprimidas, golpeadas y acusadas. Sin embargo, comparten un potencial: la astucia. La serpiente, como símbolo de sabiduría y destreza, sobrevive a lo largo de la historia como un reptil capaz de mudar su piel y regenerarse, de comenzar de nuevo tantas veces como sea necesario.
Asimismo, siseó la serpiente, lo femenino es condenado por la injusta idea de que sus cuerpos encarnan la tentación, excusa que sirve tan solo al hombre que quiere sacar provecho no consentido. Es por esto, habló sin hablar, que desde este momento y para siempre seremos parte de una misma estirpe.
Las mujeres comprendieron y aceptaron satisfechas el poder de la transmutación que les había sido ofrecido, sintiéndose parte de un suceso extraordinario, posiblemente sin precedentes, que les prometía continuar viviendo de una manera distinta. En ese mismo momento idearon el plan que las salvaría y, haciendo uso de su libre albedrío, aquella noche tibia de luna nueva decidieron convertirse en culebras y abandonar sus cuerpos humanos.
Si bien el veneno de una culebra de cola larga no es mortal en humanos, la mordedura de una cama de corredoras verdes deseosas de venganza podría demostrar lo contrario, y ese era el objetivo.
A pesar de la euforia que las impulsaba a llevar a cabo lo pactado en ese mismo instante, decidieron esperar. Aún faltaba rescatar a la muchacha más joven de la comunidad, la que se había ganado el cariño de todas las mujeres, pues la habían visto nacer y crecer allí. Aquella muchacha que no había sido parte de esta reunión, pues, tras la atrocidad cometida en su contra, había caído en un agudo letargo mezcla de conmoción y cansancio. Aquella muchacha no tenía conocimiento de lo que estaba sucediendo y aún no se había transformado. Aquella inocente y dulce muchacha que era mi hija.

*

Su cuerpo joven, aún infantil, que apenas insinúa las formas de una silueta femenina, yace sobre el pasto como cada noche, sin saber por qué, como siguiendo un instinto o una voz que le susurra desde dentro, a la que ella obedece sin cuestionar.
Se revuelca entre las hojas y la tierra húmedas, se arrastra, repta, creyendo que se encuentra en absoluta soledad. Su larga trenza enmarañada se ve idéntica a la figura de una culebra que serpentea sobre el prado iluminado por la luna.
Yo la admiro desde la oscuridad de los matorrales, desde la espesura del suelo enlodado que nos permite la única proximidad posible hasta el momento de encontrarnos a la misma altura. Si me acercara, es probable que no lo notase; pero no quiero arriesgarme a asustarla. Nada puede entorpecer lo planeado, todo debe salir a la perfección. En la cueva las demás están esperando para que así sea.
Después de un rato oye la voz del sujeto que simula una falsa figura paterna para ella. La llama buscándola. Se levanta y entra en la casucha mal hecha. Él la regaña por la suciedad de su cuerpo, algo a lo que ella ya está acostumbrada, solo que en esta ocasión, además de los gritos, el hombre agrega una cachetada y la compara conmigo, que supone he desaparecido, que supone les he abandonado. La joven se mantiene inmóvil por un momento reprimiendo las ganas de lanzarse sobre él y clavarle los colmillos en su cuello. Lo sé porque siento lo mismo. También pasé por eso en incalculable número de ocasiones, cuando se me asignó ser la mujer de aquel torpe y despreciable ejemplar humano masculino.
Es difícil contener el instinto de ir y hacerlo sucumbir con mi veneno, ahora que sé quién soy y que puedo defenderme del humano despiadado que pise mis escamas o las de ella. Me aguanto el deseo de ir a consolarla tan solo por no traicionar a las demás, todas esas mujeres con las que, como he contado, tuvimos que vivir bajo la amenaza del abuso y la subordinación. Pero logro controlar el instinto al asimilar que ya no falta tanto para que se haga justicia al fin.
Después de limpiarse obligada entra en su cuarto y, en vez de tomar la cama, se acomoda en el piso de madera, lo más cerca posible de la tierra. Lilith ha susurrado en su oído todas estas noches y creo que ha dado resultado, que será hoy.
Escarba en la madera buscando humedad; quiere reptar, quiere cambiar de piel, está a punto de suceder. Se contorsiona recorriendo el espacio disponible y entonces sé que ha llegado el momento. En pocos minutos va a surgir en ella la necesidad imperiosa de correr al bosque guiada por el susurro.
Sus extremidades se transformarán en un único y alargado torso a ras de suelo con una banda color marrón en su centro y escamas doradas alrededor. La forma de su cabeza mutará siguiendo el patrón de su nuevo cuerpo, pero seguirá siendo ella en esencia. Cuando quiera gritar, las palabras se habrán convertido en un sigiloso siseo.
Es probable que sienta la urgencia de trepar un árbol o de cazar un conejo para alimentarse. Y estará bien. Estará bien porque para eso estoy aquí, para esclarecer la confusión, la de este momento y la de días atrás, cuando pensó que la había abandonado. Logramos comunicarnos a través de nuestro nuevo lenguaje telepático y le explico lo que está por suceder.
En la cueva las corredoras están listas para atacar, y así lo hacemos. Mientras el cielo guarda silencio y el río apenas se deja sentir. Los elementos nos guían y nos acompañan.
Los mordemos, los envenenamos, nos enredamos en sus cuellos, los asfixiamos. A gran velocidad nos deslizamos entre las casetas, por las ventanas entramos y salimos. Ellos no entienden qué pasa. Algunos caen muertos, otros tratan de agredirnos, muy pocos escapan. Los cadáveres allí se pudrirán o serán devorados por otros animales.
Somos conscientes de nuestra nueva corporalidad y todos los cambios que conlleva. Hemos adoptado la forma de la especie endémica del lugar y tenemos frío. Migraremos hacia el norte en busca de calor. Nos desplazaremos durante la noche, pues la oscuridad es más segura para nosotras ahora. Es necesario tener cuidado, eso sí, y alejarnos de las carreteras, que han ganado espacio al territorio natural que conforma nuestro actual ecosistema. Tal como al principio, debemos alejarnos lo más posible de la civilización humana; solo así sobreviviremos.

*

Es por todo esto que te advierto, lector o viajero, que si a la distancia divisas una silueta alargada de brillantes escamas recorriendo ávida y sagaz la tierra o la maleza, mantengas esa distancia. Por ningún motivo te atrevas a interrumpir nuestro camino ni a estorbar nuestra libertad. Este razonamiento tan sencillo es el que otros no lograron entender: si no nos molestas, no te molestaremos.

Camila Fuentes es licenciada en Literatura Creativa y en Educación. Se ha dedicado a escribir reseñas musicales y a la transcripción y edición de subtítulos. Sus relatos han sido publicados en antologías nacionales e internacionales: “Fantasmas” Relatos de la calle, Santiago Ander Editorial; “Los delirantes colores del horror”, Curandero ‘Zine; “Eucaristía de la carne”, Revista Chile del Terror. Ganadora del concurso literario internacional de CiencIA Ficción “Mentes sintéticas” por su cuento “Transferencia simbiótica”. En marzo de 2025 recibió un reconocimiento a modo de mención honrosa por su cuento “Love Buzz”, en el concurso de cuentos de mujeres escritoras de PEN Chile. Actualmente ha sido convocada para integrar la antología “La vértebra oscura II: la raíz del miedo”, por Librería Abraxas, Editorial Amatlioque, México. Trabaja en su primer libro de cuentos. Es mitad humana y mitad felina. Si te interesa conocer más sobre la autora: linktr.ee/catmilafuentes

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