Nº 31 | Narrativa | Terror | 1862 palabras | Daniela Vega Muñoz | Chile

Tuve una pesadilla: 

El mar subía, 

se secaban los ríos y los lagos, 

los árboles dejaban de crecer, 

se negaban a dar frutos.

El cielo cambió de color, 

dejamos de saber lo que eran los arcoíris.

La lluvia dejó de llegar, 

la temperatura subió. 

La pesadilla no termina ahí, 

eso es sólo el comienzo:

Se inundaron las ciudades,

cayeron los edificios.

Pedimos ayuda a los Dioses y ellos se negaron,

así es que dejamos de creer.

Si necesitas encontrar certeza de que el final llegó, 

cierra los ojos y mira la oscuridad.

No tengas miedo.

La invasión es nuestra culpa.

Piensa en la muerte, piensa en los pingüinos muertos, piensa en cuántas personas no piensan en la muerte de los pingüinos.

En el fin del mundo, el mundo seguirá siendo el mismo, lo que dejará de existir será todo lo que conocemos, cualquier problema ambiental que seamos capaces de enumerar en el presente, no importará en el futuro. El mundo se autorregulará volviendo a su más primigenio sentido. Pero eso no lo hará por decisión propia, será una serie de errores humanos y de abusos al resto de las especies lo que provocará que todo llegue a su fin.

Pero antes del fin, existirá una revolución, no sólo de la tierra, sino también animal. No podemos decir que no escuchamos o vimos lo que planeaban. El miedo será una de sus principales herramientas, porque nunca esperamos que los pingüinos se transformaran de criaturas indefensas en terroríficas. 

Pongamos atención…

Este es un ejercicio de reflexión que nos llega como un bombardeo mediático de la agridulce destrucción de los ecosistemas. Partamos: “Tomas de lujo”, así tilda la prensa a construcciones avaluadas sobre los cien millones de pesos en el borde costero y que prometen el sueño de verano, la vista al mar ¿A quién no le gustaría maravillarse con los colores del atardecer? Pero, claro, la pregunta no es en realidad si quiero tener como mi patio privado a un pedazo de playa. Lo que deberíamos preguntarnos, más bien, es a cambio de qué. 

Al parecer, los dueños sólo miraron la perspectiva desde su ombligo, más allá de mirar la vastedad del mar cuando martillaron el primer clavo de sus casas. 

¿Es que a nadie se le pasó por la mente, aunque fuese un fugaz pensamiento, creer que el mar vivo y furioso podría tragarlas?

Me desperté con la imagen de un tiburón hecho de botellas de plástico.

Y, mientras me ahogaba en sus fauces,

Lo único que podía pensar era que no había hecho la guía de matemáticas. 

La tierra enojada es capaz de partirse por la mitad sin previo aviso y causar estragos en los humanos, no necesita nuestro permiso para hacerlo, pero después de todo, alguna vez ¿le hemos pedido permiso a la tierra o al mar para destruirlos?

La organización de la especie es admirable. Construyen comunidad y esa será su principal estrategia para la revuelta. Miran desde lejos las nuevas casas cada vez más cerca del borde costero y planean la venganza por la invasión de sus territorios. Un grito desesperado de miedo combinado con odio a la especie destructora. 

La invasión territorial es nuestra culpa y con eso vienen las historias de terror. 

Los huevos quedan atrapados, listos para romperse.

La espera termina.

Próximos integrantes del espectáculo turístico.

Y el plan debe ser cauteloso. 

Es primavera y, como la naturaleza es sabia, da la señal del inicio: La pronta llegada de los nuevos nacidos. Su crianza será comunitaria. Después de todo, ellos son el futuro. Empollar un huevo es un proceso del que todos son responsables, salir del cascarón es más que una metáfora del cambio, es una realidad de combate.

Son cientos los recién nacidos que deberán pasar por etapas. Una iniciación salvaje para elegir a quienes más tarde los llevarán a la gloria de la invasión. Buscan las marcas en sus cuerpos, los colores grises pronto se transformarán a medida que cambian las estaciones. El tiempo empieza a correr. 

Los invasores, los extraños observadores de las playas, crean una forma de turismo disfrazado de cuidado a la especie pingüina. Las zonas protegidas de las costas son igual de vulnerables, y sin duda en un futuro no tan lejano, la crisis habitacional podría llegar a las zonas desérticas de las playas nortinas.

Mientras tanto, ellos siguen planeando su venganza.

El avance de la primavera significa que los polluelos se vuelven más fuertes. Si alguna vez sentiste la necesidad de esconderte bajo las faldas de tus padres, jamás vas a ser tan protegido como un pingüino bebé. Pero al igual que para los humanos, la hora de independizarse llega tarde o temprano, por la madurez o a la fuerza. Ellos son la atracción principal. Si un visitante decide aventurarse en sus territorios en busca de un grupo de pingüinos, no les importará que sea la hora de la siesta. Llegarán con sus voces y cánticos, incomodando todo a su paso. 

La playa les pertenece a las aves, los gritos de auxilio pinguinistas no llegan a los oídos de la humanidad. La invasión humana no quiere detenerse y hay quienes quieren acercarse más y más y más a las reservas animales. Las instrucciones de los guías parecen no tener sentido, el lenguaje humano parece no tener entendimiento para el resto de quienes deben sobrevivir. 

La primavera sigue avanzando y el plan sigue desarrollándose, las calles asfaltadas pronto estarán repletas del blanco y negro. Son decenas de miles que buscan la recuperación. Esto no es invadir por invadir, un ojo por ojo animal, es encontrar el balance frente a la pérdida del territorio. ¿Es que acaso no han hecho suficiente daño estos humanos? La mar escupe botellas de plástico, lanzadas a la arena como una forma de decir: estoy cansada. 

El daño no será igual, las casas no serán derrumbadas, los automóviles no serán destruidos, sus polluelos no serán asesinados. Será una invasión parecida al mar, llegará a la orilla y luego retrocederá. ¿Es eso lo que la especie pingüina busca?

La historia de terror aún no comienza. A medida que las estaciones cambian ellos crecen. Los polluelos siguen el curso de la evolución, deben aprender, caminar lejos de sus padres.

El bombardeo mediático lo sigue retratando día a día, los humanos están en todas partes. Cerca del mar, dentro del mar y fuera del mar. Sus casas son cada vez más y más grandes, sus vehículos aplastan la arena, cambiando su forma. Los huevos del resto de las hermanas aves son aplastados y transformados en arena. 

Hay muerte que hace vomitar al resto de las aves, 

cadáveres encontrados en las playas, 

aún dentro de los huevos.

El sentido animal les advierte de las pérdidas de los miembros de la comunidad. Todo comienza con la exploración de la playa, lo próximo que saben es la desorientación que los lleva a mirar el horizonte como si el mar fuese una brújula con sonidos. Pingüinos de verano deambulan por las playas hasta perderse.

La caminata es larga, uno sigue después del otro. Primero desaparece uno joven en búsqueda de nuevos alimentos, llamémoslo una forma de sobrevivir. Se adentran al mar, para luego salir insatisfechos. Siguen la línea de la costa, para terminar en los asentamientos humanos, intoxicados por los desechos, con sus plumas contaminadas, sus intestinos llenos de plásticos.

La historia de terror no parece ser su venganza, sino más bien su propia muerte. La invasión planeada sigue su curso. 

No lo toquen dicen las autoridades, como una forma de protegerlos, cuando en realidad quieren decir que no lo toquen para así evitar el contagio de cualquier enfermedad. Después de todo, ¿no es así cómo puede nacer una pandemia? No hay sangre alrededor de su cuerpo, el pingüino de verano no fue atacado esta vez, pero no será el último y tal vez el siguiente sí sea asesinado por un animal domesticado. La muerte de los pingüinos de verano parece no perturbar a nadie. 

La irrupción de las aves llega desde la distancia,

dunas costeras, 

litorales, 

el mar.

El verano los ve crecer. Los colores definidos, el tamaño y el ciclo de la naturaleza siguen su curso. Las estaciones avanzan y también sus planes. Atrás quedaron los huevos rotos y los polluelos hambrientos, ahora adultos, siguen hambrientos en busca de otros a quien proteger. Sus cuerpos van cambiando a medida que pasa el tiempo. 

Las casas siguen construyéndose en las líneas divisorias entre el mar y la arena. La promesa del atardecer sigue vigente. Cada vez son más metros de litoral llenándose de pequeños refugios destructores, casas, excusas de una crisis habitacional que no tendrá solución ni ahora ni en la próxima década. 

Los turistas siguen llegando en manadas a mirar desde lejos los comportamientos de las colonias. El verano avanza y la comunidad pingüina se hace más organizada, la invasión se hará pronto antes que llegue el invierno y con ello las siguientes estaciones que marcarán nuevos comienzos. 

Existe una aceleración de extraños en las playas, no los molesten dicen, es mejor guardar silencio dicen, pueden ser amigables dicen. Los pingüinos de primavera piensan lo contrario. El enojo generacional ha sido guardado para explotar con su fuerza avícola. 

Los peligros parecen no intimidarlos, han aprendido a cuidarse, los muertos les han advertido. Pero la muerte más dolorosa es de aquellos que no nacen. Romper el huevo requiere valentía y en ocasiones las condiciones ambientales no lo permiten. Los no nacidos son los primeros en dejar huella, será por ellos y el resto de los muertos que la invasión será. 

Así como el mar llega con fuerza destructora, la rabia pingüina inundará las casas construidas en la ilegalidad. Las zonas protegidas serán suyas y el vacío quedará. No es violencia, es lo que a ellos les corresponde. El llamado a la reflexión de este texto no debe ser confundido con infundir miedo, el miedo ya debería existir. La teoría de la invasión animal como reclamación de su territorio debería pasar generación por generación, así como animales domesticados. 

No los molesten, dicen, 

mientras son llevados a la fuerza.

Los pingüinos de la primavera pasada creen estar listos, la colonia se mueve, cambia al igual que su entorno. La pérdida del hogar ya no es la única excusa para la invasión. La colonia ve morir otras especies. Esto no es sólo por ellos, es por los otros huevos rotos antes de nacer, de aquellos con quienes no llegaron a convivir. 

Los pingüinos de primavera y que ya han sobrevivido al verano, se preparan para recibir el otoño, los días grises y las marejadas han hecho que el ambiente sea tétrico, frío de norte a sur, algo predice que se viene un cambio.

Aquellos que los ven indefensos, que los transformarían en animales domesticados y mascotas para dormir en sus camas cálidas e incluso compartir sus alimentos, no saben y jamás se imaginarían la rabia generacional que guardan en sus plumas.

Pronto serán miles recorriendo las costas, las playas y creando la transformación. No hay que temer, la rendición es una opción, los pingüinos de Humboldt dejarán sus tierras y harán un llamado a sus hermanos.

La invasión será.

Daniela Vega Muñoz

Periodista, instructora de yoga y vegetariana. Citadina y viajera. Se inventa un nuevo hobbie a diario y obsesiona con los libros que lee, las películas que ve, los lugares que visita y las canciones que escucha: de seguro te puede recomendar algo para maravillarte.

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