Nº 16 | Ensayo | Ciencia ficción | 1584 palabras | David E. Muñoz Ballier | Chile

El concepto queer surge para nominar peyorativamente a homosexuales y lesbianas, para encorsetarlos con la vergüenza lingüística de ser “maricones”, “marimachos”, “invertidos”, “tortilleras” y, en general, a “desviados sexuales”. También, para referirse a todas aquellas personas que se distancian de la asunción general de la heterosexualidad como norma primaria y deseable. Es, en suma, un acto verbal cuyo propósito primario fue la humillación y el castigo por medio de la palabra, ya que lo nombrado adquiere existencia y se puede valorar y juzgar. 

Sin embargo, el colectivo LGBTIQ+ no solo resignificó y reivindicó la palabra apropiándose de ella, sino que la convirtió, en lo subjetivo, en una identidad; en una serie de rasgos propios que le caracterizaba como comunidad. Pero ¿Cuáles serían esos rasgos o notas distintivas? 

Pensar en una suma de facciones tan heterogéneas complica el panorama, porque si algo tiene lo queer es haberse transformado una suerte de vocación por la diversidad estética y de manifestación.  Por ello, probablemente el paraguas abarcador que se encontró para incluir dentro de ellas tantas identidades fue el de ser un espacio de existencias fronterizas, un set de variopintas maneras de habitar el espacio social sin caer en el binarismo del sistema sexo-género. Un modo de existir en lo social que esquiva las nomenclaturas e imposiciones de lo tradicional, pero que no necesariamente escapa de las mismas trampas. 

Si algo comparte lo queer y la ciencia ficción es que ambos conceptos han sido utilizados como bolsas o sacos de vertido en los que se engloban personas, personajes, historias y manifestaciones de muy distinta naturaleza, pero que comparten porosidades de género: uno, en un sentido identitario; el otro, desde el plano estético-literario. Más allá de esto, también comparten el hecho de haber adquirido el estatus de etiqueta comercial rentable, fenómenos como el queerbaiting1  y el queercoding2  son evidencia de ello.  

Pensar lo queer, y más concretamente, pensarlo desde y en la literatura de ciencia ficción supone ciertas reflexiones orientadas a indagar sobre a qué elementos se les otorga tal denominación. Un intento de observación justa, debiera abordar cuestionamientos que no deslinden lo queer de lo literario. En esa línea, las siguientes cuatro preguntas posibilitan indagar tal espacio:

1. ¿Lo queer será una valoración social y comercial consecuente a la realidad identitaria de quién escribe una obra? (Lógica de la identidad).

2. ¿Lo queer estará dado o será una forma de “contabilizar” una mera vitrina de representaciones sociales on-demand en el producto ficcional? (Check list de cuotas de representación).

3. ¿Lo queer será una manera de leer los contenidos de las interacciones de los personajes de una obra? (Análisis de contenido o análisis del discurso). 

4. ¿Lo queer será una suerte de episteme, es decir, una forma de entender e interpretar el mundo ficcional propuesto? (Mirada antropológica e ideológica).

Las primeras dos preguntas no me resultan de particular interés en este trabajo por cuanto suponen un estado de las cosas que es característico de las lógicas de la militancia y que, por consiguiente, tienden a cerrar el discurso y el pensamiento. De modo concreto, desecho estas preguntas/posibilidades, ya que, a mi juicio, constituyen una respuesta que surge desde las estructuras de razonamiento del capital que tienden a buscar la cristalización de las ideas. En cambio, las siguientes dos preguntas nos proveen de un espacio de diálogo mayor: 

Si lo queer posibilita una manera de leer los temas, argumentos y personajes de una obra, estaríamos dotándonos de una serie de herramientas conceptuales que permiten el análisis de contenido y el análisis (crítico) del discurso. Esto es, leer los productos culturales con una clave similar a la que plantean ciertos feminismos contemporáneos cuando proponen observar con las “gafas violetas”3. De hecho, esto ya existe y se llama Teoría queer (TQ, en adelante) y es uno de los tantos campos de la teoría crítica contemporánea. 

Desde y sobre la TQ se ha escrito vastamente, sin embargo, genera posiciones sumamente encontradas. En particular me gustaría detenerme en tres críticas interesantes para nuestros propósitos: 

1. Debido, entre otros factores, a que su ámbito de circulación es el académico, la TQ se vale de una jerga de corto alcance y poco compromiso4  social. Se le acusa de ser elitista y servil a los intereses de ciertos grupos privilegiados y con poder. 

2. Dado su carácter deconstructivo, en la TQ es complejo tratar cuestiones como lo “gay” o lo “lésbico”, ya que estas serían categorías socialmente construidas que terminan siendo cuestionadas y reducidas a hechos de discurso. En consecuencia, se clausura la posibilidad de indagar en las identidades y subjetividades5.

3. Debido a que queer constituye más un significante hiperonímico e indeterminado que un concepto que se identifica con un significado unívoco, se vuelve complejo utilizarlo para referirse a una orientación, estado u objeto de género o sexual. Por consecuencia, borra a los sujetos de discurso en sus singularidades y amplía ad infinitum su uso (un hombre heterosexual cisgénero que goza del placer sexual sadomasoquista podría ser considerado queer para algunos teóricos).

En suma, las críticas a la TQ sostienen que esta es un espacio de discusión y producción discursiva funcional al poder económico y social, cuya lógica conceptual es hermética y que adolece de un efecto consecuente a su propia manera de producir: desaparece al sujeto de su interés y desdibuja su identidad. 

Hay quienes han propuesto una salida alternativa a dicha situación y promueven una reformulación queer del test de Bechdel/Wallace6. Dicha prueba cumple con el propósito de “evaluar” la brecha de género en las películas en general y, por extensión, en series, comics, libros u otros objetos artísticos narrativos. 

The rule, como también se le conoce al test, propone analizar si una obra cumple con lo necesario (no suficiente) para una representación equitativa en cuanto al género. En su versión original, contiene los primeros tres requisitos, mientras que, en una versión posterior, se añaden los otros dos. Se puede responder a modo de cuestionario frente a una obra narrativa y preguntarse si en ella:

1. Aparecen al menos dos personajes femeninos,

2. que mantienen una conversación,

3. que no tiene como tema un hombre.

4. Las dos mujeres son personajes con nombre, no simples figurantes.

5. La conversación entre las mujeres se centra en temáticas distintas a las relaciones personales afectivas.

Ahora bien, aunque la posible utilización de una reformulación queer del test de Bechdel/Wallace puede resultar interesante y hasta entretenida, no deviene en otra cosa más que un ejercicio o desafío de evaluación superficial de contenidos de masas. Su uso no constituye un cuerpo teórico, un campo crítico o una aproximación conceptual desarrollada. Por el contrario, dejaría a la TQ en una posición de cuestionamientos mayores, ya que funcionaría más bien como una suerte de “contabilidad” de representaciones identitarias para las producciones culturales del mercado. Un checklist de personajes de pie forzado por la cuota social requerida. 

Cabe entonces plantearse ¿qué vías quedan para pensar lo queer en la literatura? Una alternativa que puede plantearse como interesante se desprende de una de las preguntas antes enunciadas: ¿Lo queer será una suerte de episteme, es decir, una forma de entender e interpretar el mundo ficcional propuesto?

Hay quienes abogan que lo esencialmente identitario de lo queer es su carácter confluyente en cuanto al género, sexo y sus expresiones. Otros, sostienen que es una etiqueta de la resistencia a la norma (esto lo pone en un lugar de par a la potencia creadora de la ciencia ficción). Aunque confieso que resulta sumamente atractiva la idea de que lo queer en la literatura sea entendido como una subjetividad colectiva que interpreta el (los) mundo(s), me parece problemática la posibilidad cierta de que ello ocurra. De modo concreto, me surgen dos preguntas: ¿puede haber una única forma de conocer e interpretar el mundo desde identidades tan heterogéneas? ¿sería esto una forma de episteme o más bien una manera estético-discursiva de evaluar las obras?

De cierto modo, a dichos problemas se refiere Thomas Nagel en el ensayo “What Is It Like to Be a Bat?”7.  En él, el filósofo plantea, por medio de un experimento mental, que las características de la experiencia subjetiva de los seres está vinculada de manera determinada a la naturaleza de su ser y a sus experiencias, afirmando, de esta forma, la imposibilidad de saber de manera cierta qué se siente ser como ese ser (¿podría yo, un hombre homosexual cisgénero, saber cómo se siente ser una mujer lesbiana transgénero?). 

El problema, como podrá inferirse, reside en que la literatura no tiene por efecto y/o función proveer de un acceso epistémico a las realidades de otros seres —o no necesariamente8—, sino viabilizar, reconociendo tal imposibilidad, el acercarnos de manera empática y errática a otras existencias. De ahí, que desechara en principio la posibilidad de aquellas preguntas que rodean más las lógicas de la militancia en desmedro de las que sondean las intelectuales-emocionales.    

Lo queer en la literatura no debiera hermetizarse en las políticas de la identidad, sino abrir caminos y espacios para exploraciones de las existencias diversas, asumiendo el desafío de emocionar. Lo anterior no es dependiente de la realidad de sexo-género-orientación de quienes escriben, de la cantidad de personajes queer que las obras presentan o de las temáticas que la contingencia de la comunidad LGBTIQ+ demanda en el mercado.  Eso no es resistir, visibilizar, ni representarse, tampoco es una actuación comunitaria; es actuar como un grupo de interés en el espacio comercial y no en el intelectual, estético y artístico.


  1. Nordin, E. (2015). From queer reading to queerbaiting: The battle over the polysemic text and the power of hermeneutics. Trabajo de master, Estudios de Cine, Universidad de Estocolmo, Estocolmo.
    “La práctica de añadir intencionalmente tensión homoerótica entre personajes, con la finalidad de atraer una audiencia extensa3 sin la intención de convertir dichatensión en acciones abiertamente homosexuales.” ↩︎
  2. Ellis, R. (30 de enero de 2019). The Evolution of Queerbaiting: From Queercoding to Queercatching. [Archivo de vídeo]. ↩︎
  3. Metáfora utilizada por la escritora Gemma Lienas en El diario violeta de Carlota (2001). Con esta figura, la autora invita a observar el mundo con una mirada crítica desde el punto de vista del género, para ver las desigualdades entre hombres y mujeres. ↩︎
  4. En el sentido de “efecto”. ↩︎
  5. De esta crítica proviene la idea de nombrar a la pregunta N°3 como “Análisis de contenido o análisis del discurso”. ↩︎
  6. El test aparece mencionado por primera vez en 1985, en una tira cómica llamada The rule en Unas lesbianas de cuidado (en inglés Dykes to Watch Out For). ↩︎
  7. De cierto modo bien lejano, debo anunciar,  ya que el ensayo trata principalmente sobre el tema de la conciencia. Puede resultar de interés a los sci-fi adictos.  ↩︎
  8. Sobre este tema pueden resultar de interés los denominados Estudios culturales cognitivos. ↩︎

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