I
Que abandone su nombre
quien hasta aquí se adentra,
que abandone los miedos,
que los deje en la hierba.
II
Tiene,
lo oscuro de la noche,
su danza silenciosa.
Guarda El Secreto la tierra mojada
que ahoga el sonido de lo que no se toca,
lo que no se nombra.
Que cubra sus ojos el que entre a esta tierra,
fuera del alba entre ramas mojadas.
Que los que saben no sepan
que observa la luna a la hora del signo,
y que huele el fuego de las hogueras
a través de los pinos.
III
Transmutan las hojas el sonido del viento,
arrastra el aire un falso silencio.
Un lenguaje arcano que se desliza,
hiedra y hueso.
Un conejo que cruza la luna
atravesado por un haz de verde cedro.
Tiembla la tierra en su pálpito minúsculo,
pequeño tambor,
melodía del miedo.
IV
Sisea en la hierba una tonada lejana,
se ocultan los rezos en el canto de un grillo,
afinan las brujas al final de la noche,
sin que nadie se entere,
sin que nadie haga ruido.
V
Custodian la vía
demonios de viento,
ve con cuidado,
sujeta tus huesos.
Sabrás que vas bien,
si un pequén alza el vuelo.
VI
Cruza esta línea
rodeada de murta,
No es de hombre el sendero
que cubre la piedra vestida de musgo:
A partir de aquí,
se bifurcan los mundos.
VII
Rugen con fuerza los tambores de la noche,
sutil se desliza el velo de seda,
umbrales de espina
unidos de rojo
se alzan inmensos,
permeados de fuego.
Se advierte el calor de las llamas
al otro lado de un limbo prohibido,
contra un cielo desnudo
Se asoma la luna
lechosa,
de diáfano brillo.
VIII
Escucha el latir
de cuanto habita esta tierra,
al otro lado del viento el rito se inicia,
percibe el temblor
por debajo del bosque
y el crepitar descalzo
sobre el lecho verdoso.
Sutil sonido el que empuja la niebla,
cascahuillas de ninfas
como azúcar brillante,
suena el siku cruzando el canelo,
Y danzan mujeres
alrededor del fuego.
IX
Coronadas de flores
con los cuerpos desnudos ungidos de incienso,
brotan entre la hierba
como espigas de alfalfa,
perfumadas de pino,
perfumadas de ámbar.
X
Entre el follaje sinuoso
de nothófagos testigos,
se alzan las brujas
cargadas de ofidios.
Con ramas de tepa recorren el bosque,
las hunden en jarras de agua florida,
una gota de sangre,
un papel y un signo,
ríen felices,
preparan el rito.
XI
Nombran lo que no existe,
cantan con el lenguaje del trueno,
juegan con el aire,
hijas del viento.
Con el signo tallado
en cada una de ellas,
arde la marca
oculta en sus cuerpos.
Con la mano en el athame
y en la otra el dulce vino,
cortan la tierra,
protegen el círculo.
XII
Levantan el rezo
aorilladas de música,
abrazadas de fuego
se adentran una a una.
Brillan relucientes
sus pequeños rostros entre las llamas,
la curva de sus cuerpos
cual serpentinas de plata.
Radiantes de luz,
renacidas entre las flamas,
con las mejillas ardientes,
ardientes las manos,
y ardiente la mirada.
XIII
Purgada de fuego
brilla la luz en su frente,
el signo de sangre se le entrega como una estampa,
como un recuerdo:
“No lo olvides”
Le dice,
“no olvides a quién pertenece tu cuerpo”
“Es mío” hechiza la ilustre
“Es mío todo el universo”.
XIV
Al otro lado del umbral
de lo que está vivo y lo que está muerto,
vuelve la meiga intacta,
renacida de luz y de sombra.
Beben la sangre de sus hermanas,
de fuegos fatuos también ungidas,
susurran sus voces cortando el abismo más oscuro,
palabras antiguas perfumadas de nardo.
Sus cantos no se elevan,
se hunden.
Invocan sus almas al espíritu del bosque,
untan sus cuerpos de frutos maduros,
que venga la noche
que tome
cuanto considere justo.
XV
Tiene La Rueda del Todo
Un único giro:
Todo lo que cae sangra,
todo corazón ha de ser devorado.
La puerta del pecado se abre,
la llegada del céfiro sopla con caricias
sus cuerpos encantados,
la flor de la higuera reluce ahora en sus pechos,
ardiente como un beso.
El pacto,
está hecho.
XVI
Flotan preciosas en el aire,
bautizadas todas
las hijas del viento,
suspendidas sobre la hierba deslizan,
la punta de sus dedos,
efímeros,
de tiempo.
Espejadas en una noche de obsidiana,
un cáliz de vino.
Un cáliz de agua.
XVII
Cuando el tambor se hace verbo,
cuando la noche,
por el sufrir de una diuca es cortada,
caen dormidas las brujas,
sedientas de mañana.
XVIII
El destello luminoso
que cruza el frio abismo de la madrugada,
la llegada del alba anunciada
en el canto de un mirlo.
Cae el sereno de la hoja del chilco,
trémulo de luz de luna,
penetra la tierra
su humedad cazadora,
henchida ahora de sol y fortuna.
XIX
Observando el mundo a través del rocío,
posado con gracia en sus pestañas dormidas,
abren los ojos
al nuevo día sin premura,
sabe hasta la bruja más joven,
que sumida en la hiedra,
duerme segura.
XX
Retiran de la tierra todo maleficio,
disfrazan de flores la sal y los signos.
Cubren sus cuerpos,
de escarchado vestido,
y se adentran en el bosque
sin el más leve sonido.
XXI
Sella en tus ojos esta noche,
lo visto y lo vivido,
y no vuelvas a esta tierra nunca,
nunca,
nunca,
nunca,
no eres bienvenido.