LA DANZA Y EL FUEGO

Vanessa Cánepa

I


Que abandone su nombre 

quien hasta aquí se adentra,

que abandone los miedos,

que los deje en la hierba.


II


Tiene,

lo oscuro de la noche,

su danza silenciosa.


Guarda El Secreto la tierra mojada

que ahoga el sonido de lo que no se toca,

lo que no se nombra.


Que cubra sus ojos el que entre a esta tierra,

fuera del alba entre ramas mojadas.

Que los que saben no sepan

que observa la luna a la hora del signo,

y que huele el fuego de las hogueras  


a través de los pinos.


III


Transmutan las hojas el sonido del viento,

arrastra el aire un falso silencio.

Un lenguaje arcano que se desliza,


hiedra y hueso.


Un conejo que cruza la luna

atravesado por un haz de verde cedro.

Tiembla la tierra en su pálpito minúsculo,

pequeño tambor,

melodía del miedo.


IV


Sisea en la hierba una tonada lejana,

se ocultan los rezos en el canto de un grillo,

afinan las brujas al final de la noche,

sin que nadie se entere,

sin que nadie haga ruido.


V


Custodian la vía

demonios de viento,

ve con cuidado,

sujeta tus huesos.


Sabrás que vas bien,

si un pequén alza el vuelo.


VI


Cruza esta línea

rodeada de murta,


No es de hombre el sendero

que cubre la piedra vestida de musgo:

A partir de aquí,


se bifurcan los mundos.


VII


Rugen con fuerza los tambores de la noche,

sutil se desliza el velo de seda,

umbrales de espina

unidos de rojo

se alzan inmensos,

permeados de fuego.


Se advierte el calor de las llamas

al otro lado de un limbo prohibido,

contra un cielo desnudo

Se asoma la luna

lechosa, 

de diáfano brillo.


VIII


Escucha el latir

de cuanto habita esta tierra,

al otro lado del viento el rito se inicia,

percibe el temblor 

por debajo del bosque

y el crepitar descalzo 

sobre el lecho verdoso.


Sutil sonido el que empuja la niebla,

cascahuillas de ninfas

como azúcar brillante,

suena el siku cruzando el canelo,

Y danzan mujeres


alrededor del fuego.


IX


Coronadas de flores

con los cuerpos desnudos ungidos de incienso,

brotan entre la hierba 

como espigas de alfalfa,

perfumadas de pino,

perfumadas de ámbar.


X


Entre el follaje sinuoso

de nothófagos testigos,

se alzan las brujas 

cargadas de ofidios.


Con ramas de tepa recorren el bosque,

las hunden en jarras de agua florida,

una gota de sangre,

un papel y un signo,

ríen felices,


preparan el rito.


XI


Nombran lo que no existe,

cantan con el lenguaje del trueno,

juegan con el aire,

hijas del viento.


Con el signo tallado

en cada una de ellas,

arde la marca 

oculta en sus cuerpos.


Con la mano en el athame

y en la otra el dulce vino,

cortan la tierra,


protegen el círculo.


XII


Levantan el rezo 

aorilladas de música,

abrazadas de fuego

se adentran una a una.


Brillan relucientes

sus pequeños rostros entre las llamas, 

la curva de sus cuerpos 

cual serpentinas de plata.


Radiantes de luz,

renacidas entre las flamas,

con las mejillas ardientes,

ardientes las manos, 


y ardiente la mirada.


XIII


Purgada de fuego

brilla la luz en su frente, 

el signo de sangre se le entrega como una estampa,

como un recuerdo:

“No lo olvides”

Le dice,

“no olvides a quién pertenece tu cuerpo”

“Es mío” hechiza la ilustre


“Es mío todo el universo”.


XIV


Al otro lado del umbral

de lo que está vivo y lo que está muerto,

vuelve la meiga intacta,

renacida de luz y de sombra.


Beben la sangre de sus hermanas,

de fuegos fatuos también ungidas,

susurran sus voces cortando el abismo más oscuro,

palabras antiguas perfumadas de nardo.


Sus cantos no se elevan,

se hunden.


Invocan sus almas al espíritu del bosque,

untan sus cuerpos de frutos maduros,

que venga la noche

que tome 


cuanto considere justo.


XV


Tiene La Rueda del Todo

Un único giro:

Todo lo que cae sangra,

todo corazón ha de ser devorado.


La puerta del pecado se abre,

la llegada del céfiro sopla con caricias

sus cuerpos encantados,

la flor de la higuera reluce ahora en sus pechos,

ardiente como un beso.


El pacto,

está hecho.


XVI


Flotan preciosas en el aire,

bautizadas todas

las hijas del viento,

suspendidas sobre la hierba deslizan,

la punta de sus dedos,

efímeros,

de tiempo.


Espejadas en una noche de obsidiana,

un cáliz de vino.

Un cáliz de agua.


XVII


Cuando el tambor se hace verbo,

cuando la noche,

por el sufrir de una diuca es cortada,

caen dormidas las brujas,

sedientas de mañana.


XVIII


El destello luminoso

que cruza el frio abismo de la madrugada,

la llegada del alba anunciada

en el canto de un mirlo.


Cae el sereno de la hoja del chilco,

trémulo de luz de luna,

penetra la tierra

su humedad cazadora,

henchida ahora de sol y fortuna.


XIX


Observando el mundo a través del rocío,

posado con gracia en sus pestañas dormidas,

abren los ojos

al nuevo día sin premura,

sabe hasta la bruja más joven,

que sumida en la hiedra,

duerme segura.


XX


Retiran de la tierra todo maleficio,

disfrazan de flores la sal y los signos.


Cubren sus cuerpos,

de escarchado vestido,

y se adentran en el bosque

sin el más leve sonido. 


XXI


Sella en tus ojos esta noche,

lo visto y lo vivido,

y no vuelvas a esta tierra nunca,

nunca,

nunca,

nunca,


no eres bienvenido.